La niña que huyó de los nazis y revolucionó la informática haciendo ricas a sus trabajadoras

La compañía ofrecía teletrabajo y horarios flexibles ya en los años 60
Solo contrataba a mujeres que eran rechazadas por sistema
Stephani Shirley firmaba las cartas como Steve para lograr contratos

 

A principios de los años 60, el sector de la tecnología se burlaba de ellas. Las llamaban desde el diario The Times las «niñas del ordenador», y nadie tomó en serio al grupo de mujeres programadoras que, bajo el liderazgo de la matemática Stephanie Shirley y su compañía Freelance Programmers, revolucionaron el mundo de la empresa con una cultura radicalmente distinta y, contra los peores augurios, exitosa.

Stephanie fue uno de los 10,000 niños judíos acogidos por Reino Unido en plena huida de la Alemania nazi. Embarcada sin sus padres a los 5 años en 1939, ella y su hermana llegaron a un pueblo cerca de Birmingham donde fueron abrazadas por la que se convertiría en su nueva familia, el matrimonio Guy y Ruby Smith.

¿Pero cómo logró esta mujer, brillante matemática, alcanzar el éxito en un negocio masculino y poner en marcha una empresa vanguardista con un funcionamiento del que no existían referentes?

Stephanie Shirley desarrolló, no sin trabas, su extraordinaria capacidad para las matemáticas y la computación, estudiando en horario nocturno y sin poder pasar por la universidad. El sector de la informática estaba en pleno despegue, y, pese a esto, Shirley se dio cuenta enseguida de que no había lugar para las mujeres ni en el sector público ni en el privado. Así, con un presupuesto de seis libras y una máquina de escribir en el salón de la casa que compartía con su marido y su bebé, Shirley fundó una empresa de software a los 29 años.

Freelance Programmers -posteriormente y con su internacionalización pasaría a llamarse F International (FI)- vio la luz en 1962 y supuso una revolución del mundo empresarial en dos sentidos. En primer lugar, no existían firmas dedicadas a desarrollar y vender únicamente programas, ya que los ordenadores se comercializaban con el software incluido. En segundo lugar, la matemática huida de los nazis quería crear un sistema de trabajo que absorbiera a las profesionales con experiencia expulsadas del mercado laboral por su vida familiar. Antes de que ni siquiera existiese el concepto ‘conciliación’, Stephanie Shirley ya se entregó a hacerlo realidad. Y lo logró, con una batería de innovaciones que moldeó una cultura empresarial sin precedentes.

De los 300 empleados de Freelance Programmers sólo tres eran hombres. Las 297 mujeres que llegó a tener su primera empresa eran profesionales con hijos y un hogar que requería atención. Para hacer posible compaginar ambas facetas, Shirley ideó una organización de horarios flexibles y con teletrabajo, en el que las empleadas se ayudaban mutuamente. «La gente describía mi modo de trabajo como ‘matriarcal’, pero el concepto de las mujeres ayudándose unas a otras me parecía muy natural, trabajando en equipo, ayudando a una empleada por la mañana, pidiendo su ayuda por la tarde… Éramos un ‘nosotras'».

Otro de los puntos más rompedores de la empresa fue que el salario no dependía de las horas trabajadas, sino de los proyectos o tareas finalizadas, un método mucho más elástico para la dosificación del tiempo de sus empleadas.

«Empecé a escribir las mismas cartas pero firmando simplemente STEVE Shirley y… sorpresa, sorpresa, empecé a obtener respuestas, reuniones y a conseguir trabajo»

En sus primeros tiempos, Stephanie Shirley se empleaba a fondo escribiendo cartas a potenciales clientes, ofreciéndoles servicios y proyectos de tecnología que pudieran serles de utilidad. Sin embargo, nunca recibía respuestas. Su marido olió a la legua el problema y ella recurrió a una vieja estrategia: «Empecé a escribir las mismas cartas pero firmando simplemente STEVE Shirley y… sorpresa, sorpresa, empecé a obtener respuestas, reuniones y a conseguir trabajo».

La cultura del ‘nosotras’ creada por la matemática en Freelance Programmers, sin embargo, se granjeó las burlas y la suspicacia en el sector. Hasta que consiguieron amarrar contratos de primera fila como la programación de los horarios de trenes de carga en Reino Unido o su gran hito, el software de la caja negra del avión Concorde. La empresa de Stephanie Shirley comenzó a volar de verdad.

Después de años de haber roto todos los esquemas en el mundo empresarial, a una ya millonaria Stephanie le quedaba un sueño más por cumplir: hacer copropietarios de su compañía a los empleados que la habían levantado junto a ella, una idea similar a la que tuvo el empresario suizo Scott Bader en los años 50.

En el año 1993 acometió una retirada a su medida: cedió sus acciones a 70 trabajadores y les convirtió en millonarios. La emprendedora tenía entonces 60 años y se dedicó desde entonces a la labor filantrópica.

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